La adicción a los fármacos o la adicción a los medicamentos se caracteriza por la imposibilidad de controlar la necesidad de consumir estas sustancias. Y por desarrollar tolerancia a sus efectos, de manera que la persona debe ingerir cada vez más dosis para experimentar las mismas sensaciones, a riesgo de sufrir síndrome de abstinencia. Pero, sobre todo, implica un abandono de áreas personales y sociales fundamentales de la vida de la persona a raíz del consumo, y una búsqueda desesperada de la sustancia a cualquier coste.
Cuando se habla de adicción a los medicamentos o adicción a los fármacos, generalmente, se hace referencia a tres grupos de sustancias, que pueden estar administrados con o sin receta médica. En concreto: los hipnosedantes, los analgésicos opióides y las anfetaminas, estas últimas en menor grado.
Los hipnosedantes es un grupo de fármacos depresores del sistema nervioso central, y comprenden medicamentos como las benzodiacepinas, barbitúricos, antidepresivos y antihistamínicos.
Los analgésicos opioides son un grupo de fármacos, expedidos bajo receta médica, utilizados en el tratamiento del dolor, (en ocasiones también se usan en el tratamiento de otras adicciones) entre los que destacan la codeína y el tramadol.
Por su parte, las anfetaminas tienen un uso terapéutico muy reducido, limitándose al tratamiento de la narcolepsia y al TDAH o trastorno por déficit de atención. Quizá en relación con este último surgen más alteras, en la medida en que se viene diagnosticando cada vez más. Las anfetaminas actúan sobre el sistema nervioso central estimulándolo y pueden provocar adicción.
Según la encuesta Edades de 2021, el consumo de hipnosedantes muestra mayor prevalencia en la población mayor de 35 años, sobre todo en las mujeres. Lo mismo ocurre con los analgésicos opioides: aumenta su prevalencia de consumo con la edad y, sobre todo, entre el público femenino. La prevalencia más alta de consumo de anfetamina en los últimos 12 meses se evidencia en hombres de entre 25 y 30 años, siendo los 20 la edad de inicio de consumo de este estimulante.
Los opiaceos exógenos (porque el organismo también genera sus propios opiodes) actúan en el cerebro sobre un receptor neuronal y producen sobre el sistema nerviosos central y el intestino los siguientes efectos:
En los últimos años, se ha detectado un aumento en el consumo de opioides de prescripción médica y en las necesidades de desintoxicación de algunas personas que desarrollan dependencia. La desintoxicación de este tipo de sustancias suele realizarse de forma ambulatoria, aunque en casos de adicción grave requiere ingresar en un centro de desintoxicación. Como el abuso de estas drogas se ha desarrollado de forma reciente, los estudios epidemiológicos y de abordaje de tratamiento son escasos.
Los medicamentos opiáceos derivan, como las drogas ilegales de este tipo, de las plantas de la amapola. Pero otros se crean en laboratorios imitando la estructura química de los naturales. Se usan terapéuticamente por sus efectos de alivio del dolor y relajante muscular.
Los medicamentos opióides más conocidos son:
Las motivaciones para consumir hiposendates son diversas. Hay personas que abusan del medicamento al tomarlo en dosis diferentes de las que se lo han recetado. Pero también hay quienes lo consiguen por medio de la receta que le han expedido a un familiar. Y, por supuesto, quienes lo consumen pura y exclusivamente para alcanzar la sensación psicológica y física que produce, antes que para aliviar un dolor físico real.
En general, este tipo de medicamentamos se ingiere en forma de pastilla. Pero algunas personas abren la cápsula y disuelven el contenido en agua, para luego inyectárselo en vena. Si la persona ingiere más sustancia de la que su cuerpo es capaz de admitir, se produce una sobredosis de opioide que puede producir la muerte.
Dentro de los hiposedantes encontramos fármacos hipnóticos y ansiolíticos. Se trata de sustancias psicotrópicas muy consumidas, sobre todo entre mujeres en países enriquecidos. Entre los hiposedantes más conocidos encontramos las benzodiacepinas y los fármacos Z: zolpidem, zoleplón, zoplicona.
Estos medicamentos actúan sobre el receptor neuronal GABA, encargado de inhibir la función cerebral. Al potenciar la actividad GABA, los hiposedantes consiguen reportar a la persona:
Pero el riesgo está en que la intoxicación por estos fármacos puede inhibir de tal manera la función cerebral, que termine produciendo una parada cardiorespiratoria con riesgo de muerte. También los efectos de estos psicotrópicos pueden conllevar lesiones y accidentes más o menos graves al perder la persona la habilidad motora.
Parece difícil evaluar de manera evidente, determinante, la relación entre el consumo de estos medicamentos y diferentes riesgos para la salud de la persona. Pero está claro que existe conexión, aunque sea sutil, entre el consumo y el desarrollo de consecuencias, como:
Este conjunto de medicamentos se usan para el tratamiento de la ansiedad, como tranquilizantes y para dormir. Tiene un efecto depresor del sistema nervioso central y ralentizan la función cerebral. Sobre todo el consumo de benzodiacepinas, del cual cada vez se evidencian más abusos, representa en España un desafío cada vez mayor para la salud pública.
En Estados Unidos, el abuso de este tipo de fármacos constituye un serio problema. Una tendencia que arrastra a otros países occidentales como España, donde la forma de vida asociada a un modelo económico salvaje e individualista genera cada vez mayor ansiedad y depresión.
Aunque en los 60 su aparición representó un gran avance respecto a medicamentos predecesores que se empleaban con el mismo propósito, hoy su uso despierta serias controversias. Advierten especialistas que constituye un riesgo para personas con antecedentes adictivos, personas con alcoholismo y dependencia a la heroína, y para personas de edad avanzada.
Lo cierto es que gran parte de quienes consumen estos medicamentos también beben alcohol. Esto aumenta la posibilidad de sufrir intoxicación aguda y de lesionarse por caídas. Para quienes consumen heroína, ingerir hiposendates puede conducir a una parada cardiorespiratoria con el riesgo de muerte.
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Las anfetaminas actúan sobre diversos neurotransmisores, como la dopamina, la serotonina, la adrenalina y la noradrenalina. La estructura química de esta sustancia es similar a la de la adrenalina. Por tanto, el efecto de las anfetaminas es estimulante y, además, puede crear adicción.
Las anfetaminas provocan una gran liberación de dopamina, serotonina y adrenalina, que causan un efecto enfervorizante, psicoestimulante, y de gratificación.
El consumo de anfetaminas provoca:
Su consumo está asociado a ámbitos recreativos, sobre todo por parte de jóvenes. Pero también en el tratamiento del TDAH.
Al afectar al circuito del placer del cerebro, su ingesta periódica puede crear dependencia. Es decir, la necesidad psicológica y fisiológica de ingerir anfetaminas de forma recurrente para alcanzar esas sensaciones.
También pueden generar tolerancia, es decir, la necesidad de consumir mayor dosis para conseguir el mismo efecto. Esto se produce por la neuroadaptación cerebral a estímulos recurrente cuando existe abuso. El efecto de las anfetaminas empiezan a la hora de su ingesta y pueden persistir hasta las 12 horas.
Cuando existe dependencia o adicción a las anfetaminas, la necesidad de consumo resulta incontrolable. El cese del consumo produce síndrome de abstinencia, que puede durar hasta varias semanas con síntomas como disforia, depresión, ansiedad, insomnio, hipersomnolencia, hiperfagia. episodios intensos de craving o necesidad de consumo.
La adicción a las anfetaminas provoca:
Los diferentes tipos de medicamentos hiposedantes, opiodes y anfetaminas actúan sobre los nerutransmisores y receptores cerebrales y, por tanto, sobre el sistema nervioso central, reportando diversas sensaciones placenteras. Estas sensaciones pueden estar justificadas cuando la persona está medicada para tratar una patología puntual que le está ocasionando mayor dolor en su vida que los riesgos de ingerir dichos medicamentos.
Como con el resto de drogas, cuando el cerebro consigue ese estado de sedación y placer libera una gran cantidad de dopamina, una molécula encargada de reforzar la necesidad de repetir aquellas acciones que nos provocaron bienestar, en este caso, el consumo de medicamentos. A medida que repetimos la acción, el cerebro se adapta a esos estímulos, de manera que, si dejamos de proporcionárselos, se resentirá, y la persona entrará en un estado de necesidad ansiosa de consumir con posibles síntomas fisiológicos. Es lo que se conoce como síndrome de abstinencia.
Este proceso de adaptación del cerebro a un estímulo que recibe durante un periodo se conoce como proceso neuroadptativo, y caracteriza la primera etapa de cualquier adicción. Tras la neuroadaptación puede producirse la tolerancia, un fenómeno por el cual se requiere consumir mayor dosis para conseguir el efecto inicial: la persona necesitará cada vez más dosis de medicación o droga.
La neuroadaptación conlleva dependencia. Es decir: cuando el cerebro se adapta a recibir una dosis de medicamentos o fármacos, la persona depende de estos «premios» para mantener su estabilidad y evitar la abstinencia.
La adicción a los medicamentos o fármacos se produce cuando:
Los manuales de psiquiatría determinan que el trastorno por uso de medicamentos se da cuando existe:
La adicción a los hiposendates como a los analgésicos opiáceos y las anfetaminas tienen diferentes repercusiones para la salud. Entre ellas:
La abstinencia en la adicción a los medicamentos se caracteriza por las manifestaciones de síntomas psicológicos y físico intensos y desagradables. Estos pueden incluir la potenciación de aquellos problemas que se buscaban atenuar con el consumo: insomnio, ansiedad, dolor.
Pero además, la abstinencia impulsa a la persona a buscar desesperadamente la sustancia. En una persona adicta, la necesidad de consumo o craving, se torna incontrolable incluso cuando está perjudicando seriamente su salud a nivel físico, psicológico, social, laboral y familiar. La persona asiste a un deterioro de cada una de sus parcelas vitales, comenzando por la familia y terminando por el trabajo.
Las consecuencias de la adicción van más allá de lo orgánico y afecta al entorno de la persona adicta a los medicamentos, que sufre las consecuencias (agresiones, mentiras, robos) de los actos de esta para conseguir la sustancia. Los actos de suministrarse el fármaco pueden representar un riesgo para la propia vida de la persona.
La adicción a los fármacos se supera con la ayuda adecuada.
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